CUANDO UN GRITO DE AUXILIO ES SOLICITUD DE PLACER

© Rubens Riol. 2008

Una mujer sola se complace y deja lista la entrepierna. Con una mano humedece el sexo que se abre a la mañana y con la otra convida al extraño visitante –un cliente fino– a deshacer el lecho que dejaron servido como una mesa. Ahora las sábanas son manteles, y estas ganas de comer no quedarán para otro día. Bien sabe cada puta cuánto vale el sudor del prójimo. Y por las manchas, no se preocupen. Son huellas del oficio, souvenirs de cada fiesta. Ellos, los pobres, no conocen la mesura.

I

Camas ocupadas, la más reciente muestra personal de Rubén Rodríguez exhibida en la galería Orígenes del Gran Teatro de La Habana constituye –a mi juicio– una de las propuestas más sugestivas y provocadoras dentro del repertorio publicado por el artista en los últimos años.

La exposición estuvo integrada por una veintena de piezas –en su mayoría, óleos sobre tela o cartulina– que exhibían con descaro la desnudez de las hembras. “Mujeres de la vida”, quizás (ver la maestría de la pose) y también, por qué no, amas de casa que acuden al autoerotismo después de las extenuantes labores domésticas, mientras sus esposos salen con la amante de turno. Una jaula habitada por tiernas criaturas en celo, tal vez una posada donde no quedan camas disponibles. Allí retozan, insinuantes. El artista nos deja penetrar el espacio de la intimidad como quien va de safari, pero esta vez las presas están quietas. Ellas más que nadie, desean que se produzca el hallazgo.

Rubén Rodríguez despliega en esta muestra toda una economía del placer. Él sabe dónde habita el deseo y dónde la carne es más frágil. Sabe, por ejemplo, aunque parezca elemental, que la cama es el lugar perfecto para las confesiones amatorias y el abandono a los sentidos. Es allí donde el cuerpo arde y estalla en cada levantarse. Pero es su poética, sin dudas, la que propicia tales meditaciones. El trazo seguro imanta la piel, que ni por mucho carbón consigue ensuciar las entrañas –visibles– a los ojos del deseo, mientras el desnudo generoso despierta a otras fieras menos sutiles. Con qué extraño pincel sugiere y acaricia, tiñe y fecunda. Hasta dónde llega la imaginación o el control de la mano poseída. Y pensar que femíneas abstracciones perdieron la cabeza en la orgía para terminar en gesto masturbatorio (cruel efigie del ser discontinuo batailleano), en su constante lucha por alcanzar la disolución definitiva. Carmen, Paquita, Tosca y pura, Antes y Sobre ella son las escogidas. Narran sus anécdotas desde la pared –licenciosas– al tiempo que caen sobre nuestros párpados como gotas de pesado cristal, sus biografías, y un orgasmo azul y gris retardado por la ausencia.

II

Cuesta entender cómo mediante la misma figuración y una temática recurrente, aunque con ligeras variaciones tonales y compositivas cada vez, Rubén Rodríguez siga cautivando con su arte de figuras recortadas y deformes. Ha de tener que ver, definitivamente, con el hecho de no parecerse a nadie en el camino artístico. Pero, cuidado, parecerse demasiado a uno mismo puede también entrañar el riesgo de la complacencia. Él éxito de su obra, imagino, radica en la fusión del legado expresionista menos agresivo y la voluntad sintética de su figuración que roza lo abstracto; apoyados por el alto nivel de sugerencia contenido en sus desnudos y la destreza

envidiable del dibujante y grabador de muchos años. Todo se une para favorecer el tropo, catalizador por excelencia de la mejor tradición del erotismo en su representación plástica, esencia que recorre y define gran parte de su obra.

En Camas ocupadas, la mayoría de las piezas hacen gala de lo anteriormente expuesto, además de ostentar una calidez incitante y abrazadora, salvo unas pocas, como Brazos negros, Pensamientos, Oro o plata, o Cubrecama, que apuestan por el sacudimiento de una composición más centrada, el hacinamiento de las figuras que suben a un extremo del cuadro y se confunden como creando una suerte de ruido visual que empaña la vista, al tiempo que se hunden en la inmediatez de la posesión carnal, donde se divisan los falos amorfos de la ansiada compañía masculina. En mi opinión son preferibles los otros cuadros, aquellos donde vibran las mujeres solas en su triste incompletud. En ellos se siente todo el peso del erotismo, del más fino y agónico, que no consigue la realización plena del deseo, mientras se añora y se sufre.

Camas ocupadas es una exposición inolvidable desde el momento mismo en que –desde el Parque Central– se cruza la calle y se ve a Carmen con las piernas entreabiertas, toda seducción, pero es su mano –que cubre el sexo– la misma coraza que oculta y fascina. Rubén puede dormirse en su trono, ya apresamos esta vez los rehenes necesarios, esos súbditos del placer que él construye como nadie. Ojalá las camas y el trono nunca queden vacíos.